miércoles, 30 de septiembre de 2015

SEMANA 28

SEMANA # 28 
AGOSTO 17-AGOSTO 21
LECTURA EVALUACIÓN 3° PERIODO
UN BUEN BISTEC
(Fragmento)
 Con el último pedazo de pan, Tom King  limpió de su plato el último rastro de gachas y masticó lento y meditabundo el bocado resultante. Cuando se levantó de la mesa, sintió que lo oprimía la inconfundible sensación del hambre. Sin embargo, era el único que había cenado. Los dos niños, en la otra habitación, había sido enviados a la cama más temprano para que olvidaran que no había comido. Su mujer no había probado bocado y sentada en silencio  lo observaba con ojos solícitos. Era una mujer delgada y fatigada de la clase obrera, aunque en su rostro no escaseaban las señales de una antigua bonitura. La harina para las gachas se la había prestado la vecina del frente.  Sus últimas dos monedas se las había gastado en comprar el pan.
Tom King se sentó junto a la ventana en una desvencijada silla que crujió lastimera bajo su enorme peso. Se puso mecánicamente la pipa en la boca y hurgó en el bolsillo de su abrigo. La ausencia de tabaco le hizo tomar conciencia de la inutilidad de su acción y con el ceño fruncido por su olvido guardó la pipa. Sus movimientos eran lentos, casi pesados, el volumen de sus músculos parecía ser una carga demasiado grande para él. Tenía un cuerpo sólido, impasible, y su apariencia no padecía de ser excesivamente amable. Sus toscas ropas eran viejas y deformes. El cuero de sus zapatos  estaba demasiado debilitado para aguantar la remonta que no era precisamente reciente. Y su camisa de algodón, barata, de dos chelines a lo sumo, tenía el cuello deshilachado y unas manchas de pintura imposibles de lavar. Pero era su rostro el que anunciaba de manera inconfundible quien era él. Era el rostro de típico boxeador que peleaba por dinero: uno que había prestado largos años de servicio en los cuadriláteros, y gracias a eso había adquirido y moldeado todas las cicatrices de una bestia de combate. Era una expresión claramente intimidante y su rostro estaba perfectamente afeitado para que ninguno de sus rasgos pasara inadvertido. Sus labios eran desdibujados y le daban un gesto rígido a su boca, como si fuera el resultado de una cuchillada. Su mandíbula era agresiva, brutal, voluminosa.
Jack London, La casa de Mapuhi y otros cuentos, Bogotá, Instituto distrital de cultura y turismo, 2005.

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